Tenía muchas ganas de subir un tresmil y el fin de semana pasado, con dos amigos, conseguimos hollar el Taillón, un 3.144 metros, situado junto a la Brecha de Rolando, el Monte Perdido y en la zona pirenaica ubicada entre Gavarnie y Ordesa. En el camino de subida, al ir a acceder a la Brecha, en una zona sombría había un poco de hielo que no vi, oculto bajo las piedras, patiné y me caí. En el rozar con las piedras del suelo me hice varias heridas –aunque aparatosas, superficiales- pero conseguimos hacer cima y volver bien a casa. ¡Primer 3000 conseguido!
Las cicatrices –internas y externas- que nos causa la vida muestran lo vulnerables que somos. Nos exponen y nos obligan a aparcar el orgullo –sano ejercicio- y a reconocernos frágiles. Quizá una de las tentaciones más universales sea la de ocultarlas, la de guardarlas para uno mismo. Encerrarte con ellas en espacios de soledad porque te hacen sentirte muy inseguro.
En un mundo en el que la imagen lo es todo, una cicatriz puede convertirse en losa. Sin embargo, si compartimos esos dolores con otros, con confianza y aceptación, conseguiremos que alguien cercano las toque con ternura y como un bálsamo los calme.
Quizá en las puertas de este puente de la Hispanidad puedas cultivar la ternura, la delicadeza, el cuidado, para que cuando alguien se pueda sentir más herido sienta que contigo está en casa. No te olvides que tú también en algún momento especial de la vida necesitarás confiar y dejar que alguien acaricie tus heridas.
¡Abre los ojos para descubrir y cuidar las cicatrices de los otros!