¡Cuántos amigos me escriben a esa fatídica edad de la media vida (cuarenta y tantos años) afirmando que se encuentran desencantados con lo que están haciendo profesionalmente, que no se ven el resto de sus días haciendo lo mismo que hacen ahora! La antigua crisis de los cuarenta, hoy rebautizada como síndrome del penúltimo tren o crisis de la mediana edad acude siempre puntual a su cita.
Les contesto muchas cosas, pero siempre una frase del filósofo Robert Adams: “si nuestra vida es buena, tenemos razón para alegrarnos de haberla tenido en lugar de otra vida que habría sido quizá mejor, pero muy distinta”.
Muchas veces nos falta querer las cosas que tenemos, las cosas que hacemos. Siempre añoramos lo que no tenemos olvidando todo lo que tenemos. En un análisis frío y sosegado de la carrera profesional nos damos cuenta que, en la mayor parte de los casos, la foto no sale tan mal. Contra la nebulosa y onírica idea de que uno podría haber tenido una carrera más exitosa, puede oponer los aspectos reales por los que su carrera real es buena.
Para ello ayuda a pensar que además del apego a las personas, existe el apego a los detalles: las interacciones y logros que uno no habría experimentado en una vida distinta. Y es que el amor es un contrapeso del desencanto. También lo es la plenitud que cosechamos gracias a amistades y proyectos, y a las actividades que practicamos.
Cuando tengas oscuros pensamientos sobre esto, no olvides que nuestra vida está en los detalles, no en las abstracciones.