La semana pasada cené en Barcelona con mi amigo Fran y su esposa Susana en una bonita terraza, con luces indirectas, velas y rodeada de vegetación, en el centro de la ciudad. Fran y yo habíamos trabajado juntos en una compañía hace más de veinte años, casi los mismos que hacía que no nos veíamos, aunque en todo este tiempo mantuvimos el contacto.
Nos pusimos al día de nuestras vidas mientras disfrutábamos de unos muy romanos espaguetis carbonara. Después, como suele ocurrir, empezamos a soñar con cambiar el mundo. Hablamos de trabajo, de tecnología, de familia, de proyectos de vida, de ilusiones, de miedos, de cambio… Salimos de la cena llenos de vida y de energía.
Una vez leí que el cambio cultural no vendría tanto por la legislación y los grandes programas sociales como por los pequeños grupos de personas comprometidos que se reúnen en torno a una mesa. Si hemos de crear un futuro, el poder hacerlo aumenta exponencialmente siempre que dos o más de nosotros nos reunamos para un buen propósito.
¡Cuántos buenos proyectos han comenzado con cuatro garabatos en la servilleta de papel de un bar!
Así que ahora que se acerca el verano y que quizá ya tengas los días de descanso al alcance de la mano aprovecha para respirar, pasear, cuidarte, escuchar, practicar la gratitud, perdonar, buscar el sentido de tu vida, aprender a guiar tu mente, practicar actos de amabilidad…
Juntos, con estas pequeñas cosas, podremos cambiar el mundo. No te quepa duda.