Para terminar las vacaciones de Semana Santa fui con mi familia al Ibón de Piedrafita, un precioso lago de montaña en el Pirineo Oscense. Los barrancos que atravesamos hasta llegar a él bajaban llenos de agua; las flores en los prados que cruzamos empezaban a nacer; el piar de los pájaros volvía a escucharse desde lo alto de los árboles… La primavera estaba estallando.
En la naturaleza la primavera tiene un momento: abril – mayo en el hemisferio norte, noviembre – diciembre en el hemisferio sur. Pero en nuestro interior siempre puede ser primavera. Todos tenemos un montón de sueños, que son semillas esperando el tiempo de germinar, de echar raíces, de morir como semillas para convertirse en árboles.
Nuestros sueños y nuestros ideales nos muestran a cada momento el camino. Son nuestra voz interior que, a modo de señales –o hitos montañeros-, nos indican el sendero de la vida. Estemos despiertos o dormidos, en forma de presentimientos huidizos o de relámpagos de luz cegadora.
Y si los seguimos, crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos… Y un día, mientras transitamos por la vida esas semillas de nuestros sueños, bien cuidadas, abonadas y regadas germinarán transformándose en árboles que unirán el suelo con el cielo, nuestro pasado con nuestro futuro.
Lo importante, por tanto, es tener buenos sueños, buenas semillas, y cuidarlos con mimo. Porque todas ellas tienen una sabiduría interior que les hace saber cómo llegar a ser árbol. Sueña cosas grandes, sin miedo, sin vergüenza, rodéate de gente que te ayude a abonar bien esas semillas y ya verás que pronto, los árboles crecen en tu vida.
¡Qué florezca en ti la primavera todos los meses!