Llevamos quince días de este 2022. Y la verdad es que da miedo: contagios, ocupación de UCIs, presión hospitalaria, riesgo de apagón, crisis económica, paro, conflictos fronterizos… Parece que alguien se ha empeñado en meternos miedo. Y el miedo, no te engañes, no es libre; el miedo es una cárcel.
Cuentan que un marinero sabía de la existencia de un tesoro en el fondo del mar. Conocía el punto exacto en el que se encontraba. Era un tesoro grande, hermoso, especial. Tan espectacular que creía no merecerlo. Se hubiera conformado con otro menos impactante. Pero no es capaz de quitárselo de la cabeza. Cuando le preguntan por qué no coge unas bombonas de oxígeno y baja a buscarlo alega que en la profundidad del océano hay tiburones y que no arriesgará su vida por un montón de joyas y oro. Pasa el tiempo sufriendo, pensando que un submarinista casualmente lo encuentre y él lo pierda definitivamente.
Pero un día se da cuenta que esos tiburones no son más que una excusa. Y que no arriesga del todo su vida si se zambulle en búsqueda del tesoro; Toma conciencia en ese momento de que lo que realmente le impide hacerlo es el miedo a apostar por sí mismo.
Después de estos últimos veinticuatro meses empezar un nuevo año parece arriesgado. Y asumir ese riesgo puede provocar miedo. Pero también supone estar más vivos que nunca. Más atentos a encontrar todas las oportunidades que nos ofrecerá este año. Cuando somos osados y valientes, nos sentimos vivos, porque activamos todos nuestros sentidos para mantenernos alerta. Grandes riesgos, gran vida. Pequeños riesgos, pequeña vida.
Así que si el inicio de año te encuentra angustiado y contrariado no te olvides que solo en aquello a lo que más tememos se encuentra la esperanza.
¡A por 2022!