Justo antes del puente del Pilar falleció un vecino con el que tenía cierta relación. Era un mediano empresario que dejaba su negocio en manos de sus dos hijos que más o menos tenían mi edad. Al terminar la ceremonia uno de los hijos subió al altar y desde el ambón hizo un panegírico de su padre. “Una mañana –dijo- mi padre me entregó una pequeña cuartilla en la que estaba escrita esta inscripción: ‘Hijo, cuando naciste lloraste mientras el mundo se alegraba. Vive de manera que cuando mueras el mundo llore mientras tú te alegras’”.
Sin duda, la inscripción aquella era todo un modelo de vida. Y para muchos de los que allí estábamos supuso un aldabonazo para recuperar lo que verdaderamente es vivir. Cruzamos sin dificultad el océano para tener una reunión de negocios, pero nos cuesta cruzar la calle para saludar a un nuevo vecino. Tenemos herramientas que nos permiten conectar con miles de personas a golpe de un clic pero nunca nos hemos sentido tan solos. Existen tecnologías domésticas que nos permiten estar permanentemente conectados y sin embargo, en muchos sentidos, nunca antes como hasta ahora hemos estado tan desvinculados unos de otros. Sabemos más que nunca y a la vez menos que nunca en qué consiste la verdadera grandeza del ser humano.
Quizá, ahora que se acercan los días de Halloween, de Todos los Santos, y de Todos los Difuntos – el ‘día de muertos’ que dicen en México-, puedas aprovechar para preguntarte si el día de tu funeral te recordarán por tus entradas de Instagram o de Linkedin o por tu ayuda cercana y sincera a los que están ahí a tu lado.
No te olvides que prójimo viene de próximo.