Durante estos últimos meses he estado trabajando con el equipo directivo de una compañía. Habían crecido demasiado rápido, con negocios no siempre conectados entre sí y geográficamente dispersos. Cuando se habían puesto a trabajar juntos, se dieron cuenta que no se conocían. No sólo entre ellos, sino que el conocimiento de cada uno sobre sí mismo también era muy limitado.
Conocernos a nosotros mismos no es fácil. Ya lo pedía Sócrates hace unos cuantos años ‘Conócete a ti mismo’ y San Agustín hace unos cuantos menos: ‘Que me conozca, Señor, y que Te conozca’.
Cuenta Goleman que un samurái pidió a un anciano maestro zen que le explicara la diferencia entre el cielo y el infierno. Pero el monje le rechazó con desprecio diciéndole que era una tontería de pregunta.
El samurái, herido en su orgullo, desenvainó su espada y le amenazó:
– Tu impertinencia te costará la vida
– Eso es el infierno – explicó el monje.
Sorprendido por la exactitud del maestro al juzgar la cólera que le estaba amenazando, el samurái envainó la espada y se postró ante él, agradecido.
– Y eso es el cielo- concluyó el monje
Y es que es muy diferente estar atrapado por una pasión –en este caso la ira- que darse cuenta de que se está atrapado. Por eso el reflexionar sobre nosotros mismos y nuestro comportamiento debería ser una rutina a incluir en nuestro día a día ahora que está comenzando el curso. A todos nos pueden algunas pasiones o algunos comportamientos, pero no siempre somos conscientes de ello. ¡Atrévete a mirar en tu interior este fin de semana!