Uno de estos días, cenando en casa, nuestra hija pequeña, Inés, de siete años, nos contó cómo fue la creación del mundo. En la clase de Religión le habían explicado el Génesis y ella había hecho su propia versión, bastante ajustada al texto bíblico pero a su manera. Nos explicó que Dios había hecho el mundo sin tener un plan o algo previsto. No hubo ensayo general. Un proyecto sin anteproyecto…que dirían los juristas. Y a pesar de nuestras imperfecciones y de las dificultades de la vida, seamos honestos, hizo un trabajo magnífico.
Ahora que se habla tanto de reinventarse, y de crear nuevos modelos, nuevos proyectos, nuevas aventuras, nuevas experiencias… nos damos cuenta de que todos tenemos algo en nuestro interior que nos inspira. Sólo hemos de encontrarlo. Conocernos bien y bucear en nuestro interior hasta dar con él.
La semana pasada participé en una reunión en la que entre varias personas tratamos de dar algunos consejos a un profesional que quería dedicarse al mundo de las conferencias. Él había encontrado su inspiración. Se sentía impulsado a hacer lo que fuera, lo que fuera, por alcanzar el objetivo de ser conferenciante. Nosotros le dimos cuatro o cinco herramientas, pero la fuerza y la ilusión la traía él.
Al término de un concierto una mujer se acercó al violinista austriaco Fritz Kreisler y le dijo: “Daría mi vida por tocar como usted”. A lo que Kreisler le respondió algo sombrío: “Yo lo hice”.
Así que cuando encuentres esa pulsión interior que te llene y te haga feliz, ya sabes, sólo te queda dejarte la vida para conseguirlo. Y si el camino se te hace duro y te cansas, pues como diría Inés, puedes tomarte un día de descanso, porque Dios se lo tomó.