Una de las cosas que más echo de menos en estos días de encierro es el poder salir a caminar. A estas alturas, y después de cuarenta y cinco días encerrado, ya me da igual caminar por los senderos del bosque hasta lo alto de las cimas o por las aceras de la ciudad; pero caminar y sentir el aire exterior.
Siempre he asociado el caminar a la esperanza. De hecho en algún sitio leí que la esperanza es la virtud del caminante ya que nos permite mirar la excursión con optimismo. De lo contrario, quizá ni arrancaríamos, quizá ni empezaríamos a caminar. El miedo a lo desconocido, el riesgo de perderse, de sufrir una caída, el cansancio, la tormenta, la niebla, la desorientación… Sin embargo todos los que caminamos lo hacemos pensando que siempre habrá un refugio ante la tormenta, un atajo para alcanzar antes la cima, un hito de piedras que esclarezca el sendero en un cruce de caminos.
Está muy de moda poner el foco en el ahora. Debemos ser capaces de extraer todo el jugo a cada instante que vivimos. Quizá estos días estamos echando de menos, como siempre que tomamos conciencia de las cosas, todos los momentos que hemos dejado de vivir. El otro día escuché en una película: “¿cuántos días de tu vida has vivido?”. Pero aunque disfrutemos del ahora y del hoy no podemos olvidarnos de levantar un poco la vista. Si sólo miramos este instante, nos quedamos cortos. Porque nuestra capacidad es mayor. Podemos conocer nuestro pasado. No modificarlo, pero sí conocerlo, y podemos cultivar la esperanza en la mirada que lanzamos hacia el futuro.
El presente nos dice que hemos aprendido, amado, sufrido y hemos llegado hasta aquí; hemos superado adversidades, decepciones, disgustos. La experiencia nos dice que somos capaces de muchas metas y pruebas que creíamos inalcanzables o insuperables. Y eso alimenta nuestra esperanza. Es clásica ya la historia de unos trabajadores a los que preguntaron cómo habían sido capaces de conseguir unos excelentes resultados a pesar de unas terribles dificultades, y uno de ellos respondió con sencillez: “nosotros no sabíamos que era imposible”.
Todos tenemos capacidades ocultas que se presentan cuando las necesitamos. Como esa marca en el camino cuando estamos algo perdidos en medio de la niebla. Podemos crecernos ante la dificultad o amilanarnos. Muchas veces depende de la actitud que adoptan aquellos que están a nuestro alrededor. Nuestros compañeros de excursión y de vida. Por eso, debemos ser ejemplo.
En estos tiempos lentos (días que pasan como un suspiro y semanas que se hacen eternas) debemos encontrar momentos para mirar hacia el futuro, para definir los objetivos y deseos que queremos alcanzar, para planificar hacia adelante, para trazarnos metas. No podremos adelantar ese futuro a hoy y a ahora, pero somos capaces de tender hacia él.
La esperanza es el reloj que llevamos en nuestro corazón. ¡Que no le falte cuerda en estos días inciertos!