Desde finales de noviembre participo en numerosos eventos de Navidad de algunas empresas. Desde hace unos años se ha puesto de moda acompañar la tradicional cena o comida de Navidad con intervenciones de personas relevantes de la compañía y con la presencia de alguien externo que les aporte algún mensaje, reflexión, herramienta…
Este año uno de esos eventos convocaba a personas de las distintas oficinas y delegaciones que la compañía tiene por España y parte de Europa. El presidente me dijo que él no iba a hablar. El acto iba a consistir únicamente en mi intervención y después un largo buffet servido en un bonito jardín interior en el que todos los empleados departirían e interactuarían unos con otros.
Me sorprendió que no quisiera hablar y cuando le pregunté el por qué me contó que en su colegio le habían explicado una anécdota de San Francisco de Asís. El santo italiano estaba muy preocupado por la formación de los hombres, a los que decía que había que instruir con el ejemplo más que con las palabras. Un día invitó a un monje a que le acompañara a predicar. Después de dar un paseo por los pueblos vecinos volvió al monasterio sin haber pronunciado una sola palabra. Sorprendido, el monje le preguntó al santo: “Pero… ¿y dónde está la predicación?”. El santo le respondió que simplemente el hecho de que dos religiosos se presentaran con modestia y cariño ante la población ya constituía una predicación. No se cansaba de decir que “todos deben predicar a través de sus obras”.
Así que este presidente, y su equipo de dirección, lo único que iban a transmitir es su cercanía y cariño a la gente estando con ellos, atendiéndoles, escuchándoles, charlando distendidamente sobre sus preocupaciones, sus ilusiones, sus fracasos, sus anhelos y sus sueños. Y supongo que también sobre las cosas que se habían hecho mal y habría que mejorar. Seguro que eso hace más bien que sesudos discursos llenos de números, inputs y complejas estrategias.
¿Cambiarás tu discurso de este año por un ejemplo de verdad?