El lunes pasado tuve que viajar por trabajo a San Sebastián. Allí tengo a mi hijo mayor estudiando Ingeniería. En el Colegio Mayor en el que vive decidieron invitarme a cenar y a charlar un rato por la noche con los alumnos. Uno de ellos me preguntó cuál era la principal carencia de los directivos de las empresas que conocía. Le dije que el directivo que de verdad es un líder nunca interfiere en las tareas de sus subordinados si no hay una buena razón para ello, pues confían ciegamente en su capacidad de trabajo. Quizá la capacidad de delegar sea la competencia que más desarrollo requiere por nuestros directivos. Y les conté esta historia:
Cuentan que el presidente norteamericano Thomas Jefferson se reunió una vez con Pierre Du Pont, el fundador del gigante industrial del mismo nombre. El presidente le dijo: “Tanto usted como yo consideramos a los hombres como niños, y les tenemos un cariño paternal. Sin embargo, usted les quiere como se quiere a los niños pequeños: tiene miedo de dejarles solos, sin la niñera”.
Los líderes auténticos ven en sus colegas personas libres, maduras y responsables, nunca niños. Nunca hacen el trabajo a sus subordinados. Les aconsejan y animan, pero es el subordinado quien tiene que resolver el asunto como mejor sepa. El paternalismo acaba siendo ineficaz y peligroso, porque evita que los subordinados aprendan y acaba minando su propia autoestima.
Vigila a ver si estás dejando hacer a tu gente, o si ya te has convertido en su padre protector y limitante.