El viernes por la tarde, camino de Vigo, coincidí en el avión con un viejo amigo. Trabaja para una gran consultora y me decía que no tiene tiempo para nada. Que se siente excluido de su propia vida. Que tiene muchas cosas que hacer y que no le da tiempo a cuidarse, a pensar, a disfrutar.
Mientras me contaba esto escuchamos las voces de seguridad que la megafonía de aquel vuelo nos ofrecía: “En caso de despresurización de la cabina se abrirán automáticamente unos compartimentos situados sobre sus cabezas que contienen las máscaras de oxígeno. Si esto ocurriera, tiren fuertemente de la máscara, colóquensela sobre la nariz y la boca y respiren normalmente. Los pasajeros que viajen con niños deberán colocarse la máscara primero y luego colocársela a los niños”.
Puedo escuchar ese mensaje, como mínimo, cuatro veces cada semana. Así que lo tengo bien interiorizado. Creo que en él se encierra un gran consejo para todos. Si estás demasiado ocupado intentando salvar otras cosas que tienes a tu alrededor (compañeros, proyectos, resultados…), te quedarás inconsciente, y es posible que todos lo paséis mal. Es fácil engañarnos pensando que luego tendremos tiempo, que aquello ya pasará. Las personas que han estado cerca de la muerte, suelen realizar cambios espectaculares respecto a sus prioridades. Casi todos hablan de la importancia que han adquirido su fe, su familia y sus amigos, porque ahí es donde se encuentra el amor y al final eso es lo que importa. Esas personas se aseguran sus máscaras de oxígeno porque les hace sentirse más amables y bondadosas. Cuando dedican un tiempo a sí mismas, se pueden relacionar con sus seres queridos con más complacencia, profundidad y autenticidad.
Jugar al golf, esquiar, caminar por la montaña, estar con tus hijos, tener una conversación íntima con tu pareja, rezar, leer, ver películas inspiradoras, cantar, estar con amigos, reír, retozar en el sillón, sentarte junto a la chimenea, jugar al Trivial, bailar, hacer manualidades, montar a caballo, cocinar, desayunar en albornoz, conducir, comer helados, preparar chocolate caliente… pueden ser el oxígeno que te dispensa tu máscara. El oxígeno que te ayude a sentirte mejor y así poder ayudar más y mejor a otros.
Y es que para sacar adelante cualquier proyecto, personal o profesional, o estamos llenos de oxígeno o corremos el riesgo de desmayarnos y no poder ayudar a los demás.
¡Colócate primero la máscara, y después colócasela a los demás!