El sábado pasado salí a caminar con algunas de mis hijas. Hicimos los 32 kilómetros que separan Monreal, de Puente la Reina, todo en Navarra, por el Camino de Santiago (en su ramal aragonés). En Puente la Reina tomamos un autobús de línea regular para volver a casa. A la joven que entró delante de nosotros el conductor le devolvió de menos en el cambio y, tras avisárselo, arreglaron el asunto.
Cuentan que un predicador tomó posesión de una pequeña iglesia en un barrio de las afueras de Houston. Un día tomó un autobús para ir al centro de la ciudad. Cuando se sentó en su asiento descubrió que el chófer le había devuelto un céntimo de más. “Olvídalo, es sólo un céntimo… ¿quién se va a preocupar de eso? La compañía de autobuses ni se enterará. Acéptalo como un regalo” pensó.
Pero cuando llegó a la parada en la que debería bajarse, se acercó al conductor y le dijo: “Tome, me dio un céntimo de más en el cambio”.
El conductor le dijo: “Sé que es usted el nuevo predicador del barrio. Hace mucho que no voy a la iglesia y había pensado en volver, pero antes quería saber cómo era usted. Ahora lo tengo claro”.
El predicador se bajó del autobús sacudido por dentro, pensando que podía haber vendido su reputación y la de su iglesia por un céntimo.
Decía Shakespeare que “ligerezas como el aire son para el celoso fuertes confirmaciones”. Y no sólo para él. Son los pequeños detalles los que marcan las diferencias más grandes: un trabajo perfectamente terminado, una presentación bien trabajada, unos zapatos limpios, un escrito sin faltas de ortografía…
¿Por qué no te propones estos día ser más consciente de que tu vida será -como en el caso del predicador- la única Biblia que alguno leerá? No siempre somos demasiado conscientes de que el ejemplo es el mejor maestro, y el mejor jefe.