El pasado jueves, presentamos en Valencia el libro “El Camino de la Vida. Reflexiones, experiencias y consejos” (*). Se trata de un pequeño compendio -128 páginas- de pensamientos escritos entre Roberto Luna, Fernando Álvarez, Javier Iriondo y un servidor que representan una metáfora sobre el camino de la vida. Cada uno de los autores afronta desde distintos prismas una serie de recomendaciones para ser mejor en nuestra vida. Pero si hay una nota común, una línea donde los cuatro convergemos, es la necesidad de volver a creer en la bondad humana para manejarnos por este mundo.
Un hombre perdió su hacha y sospechó del hijo de su vecino. Espió la manera de caminar del muchacho: exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven: como la de un ladrón. Tuvo en cuenta su forma de hablar: igual a la de un ladrón. En fin; todos sus gestos y acciones lo denunciaban como culpable del hurto.
Dos días después, aquel hombre encontró su hacha a los pies de un árbol en el que había estado descansando de su trabajo. Después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes a los de un ladrón.
Si en nuestras relaciones con los demás (profesionales o personales) dejamos que anide el rencor, el odio o los malos pensamientos, todo, como si fuera un torbellino, se volverá oscuro y gris, y volver a ver la luz, la bondad y lo positivo nos costará mucho esfuerzo.
Si nos dejamos llevar por nuestras sensaciones más primarias, aprensiones, prejuicios –por la negatividad que hay también en cada uno de nosotros-, entonces proyectamos, con pasmosa facilidad, toda esa percepción interior en los demás, y la percibimos plasmada con mucha claridad; es una percepción de la que no podemos hacernos responsables.
Por eso debemos trabajar duro por cuidar, mantener y promover la serenidad en nuestros sentimientos, emociones, pensamientos, intereses y proyectos; paz en el corazón, en la mirada, en las palabras, en las manos. La serenidad y la bondad nos sitúan en lo alto de un monte con una perspectiva maravillosa: nos permite ver lo bueno que hay en cada persona y hacer palanca sobre ello.
Cuando hay una relación auténtica, no hay problema que no tenga solución. Usa de palanca todo lo positivo, y verás como todo lo que está ahogado, parece reverdecer.