Hace unos días estuve en Granada impartiendo un taller. Tenía tiempo libre por la mañana y con un amigo hicimos una visita guiada a la Alhambra. La había visitado varias veces, pero ese espectacular palacio siempre es distinto. Mas esta vez, que nos acompañaba un guía profesional que sabía muchísimo. Nos contó, mostrándonos varios ejemplos, que en el arte islámico abundan los pequeños defectos en las alfombras, vasijas y mosaicos más lujosos. Los artistas árabes incluían esos pequeños errores a propósito para recordar al espectador que sólo Dios es perfecto.
Coco Chanel solía decir: “Cuando me aburro, parece que tengo cien años”. Ella pensaba que la naturaleza nos daba el rostro que todos tenemos a los 20 años, pero que cada uno se forma el rostro que luce a los cincuenta. Si a esa edad no hay arrugas, patas de gallo, surcos causados por la sonrisa… significa que has dejado que la vida pasara de largo. Que la habías desperdiciado, que no le habías extraído todo el jugo. Ella decía, con ironía, que “las mujeres deben tener agradables defectos”, porque eso es señal de que han vivido. Y de que lo han vivido todo.
Todos tenemos esos pequeños defectos. Quizá seas un excelente cocinero, pero tu novia se enamoró de ti en una barbacoa en la que se te quemó el asado. Tal vez seas un brillante abogado, pero tus hijos te adoran cuando les haces muecas o saltas encima de la cama. Quizá te acaban de nombrar director de un departamento, pero tus amigos, al felicitarte te dicen “¡Cómo les has tomado el pelo, eres un crack!”…
La historia, nuestra historia, está llena de errores, de pequeñas incompetencias, de gente torpe con personalidad encantadora, de gente inepta pero cuya sola presencia hace las delicias de los que le rodean. Haz las paces contigo mismo. No te flageles demasiado por esos pequeños baches del camino y aprende a aceptar tus defectos con tanta gracia y humildad como tus mejores cualidades. Esos pequeños errores, debilidades o golpes de mala suerte –como quieras llamarlos- juegan a nuestro favor, ya que nos hacen ser más flexibles, más imaginativos, más luchadores, y en consecuencia, más eficientes.
A los cincuenta, si no tienes arrugas junto a la boca, es que poco te has reído. No lo olvides.