El domingo estuvimos recorriendo otra etapa del Camino de Santiago por etapas que empezamos hace unos meses. En concreto caminamos los 22 kilómetros que separan Zubiri de Pamplona. Agua, barro, barro y agua resumen la experiencia. Y ganado: vacas, caballos y algunas ovejas en pequeñas explotaciones a pie del sendero. Vimos un pastor que iba con una oveja al hombro, que posiblemente se habría hecho daño y la llevaba al aprisco para curarle la herida. Me acordé de una historia que me contaron hace tiempo y se la conté a los niños:
El día empezaba a declinar y un pastor, al conducir a su rebaño hacia el establo se dio cuenta que le faltaba una oveja. Se sintió angustiado y durante horas comenzó a buscarla sin poder dar con ella. Estaba apesadumbrado, llorando desconsolado, cuando entrada la noche seguía buscando al animal. Pasó junto a una taberna y de allí salió un hombre con el que casi se chocó.
Este, sorprendido le miró y le dijo:
– Oye, ¿por qué llevas una oveja sobre los hombros?
Y en ese momento el pastor se percató de que por falta de atención, no se había dado cuenta de que la llevaba todo el rato encima.
Muchas veces en la vida buscamos donde no podemos hallar, e incluso lo que jamás encontraremos. Pero ya es afortunado el que busca, el que ha activado ese mecanismo en su interior, el que tiene inquietudes y sensibilidades por evolucionar y realizarse. El descontento o la tristeza son fuerzas muy poderosas que si sabemos encauzarlas nos ayudan a madurar y mejorar. Posiblemente no encontremos la oveja, pero seguro que encontramos por el camino otras cosas. Sólo los que miran al suelo encuentran monedas.
No es bueno no darse cuenta que llevas una oveja encima; pero es peor dejar de buscar. Es peor rendirse.