Esta semana he recibido el correo de alguien que no conozco. Él si me conoce, porque hace años asistió a un curso de formación que yo impartía. Me contaba, algo apenado, que por su vida habían pasado muchos buenos trenes pero que no se había atrevido a coger ninguno. No llevaba una vida desdichada, ni mucho menos, pero no estaba del todo conforme con ella. Se había “aburguesado” y entendía que podía haberle sacado más jugo a su existencia.
Un ermitaño vio cómo un pobre zorro, mutilado de ambas patas, no podía cazar. Un tigre compasivo le traía cada tarde las sobras de su comida. El ermitaño, en su oración daba gracias a Dios por ocuparse de las bestias del campo y por la lección que le daba a él para que confiara en la Providencia.
Durante semanas el tigre siguió alimentando al zorro. Así que el ermitaño decidió hacer como el zorro: Dedicar más tiempo a la contemplación y esperar a que un enviado de Dios le trajera de comer. “Dios no falla” pensaba.
Pasaron días y días en los que tan sólo se alimentó de la esperanza, interpretándolo como una prueba de Dios. Un día, cuando ya estaba casi desvanecido, incapaz de casi todo, pudo oír la voz de Dios que le decía: “Estás en un grave error… ¿por qué no imitas al tigre en lugar de al zorro?”.
La comodidad, la rutina, o el miedo muchas veces nos impiden subir a los trenes que la vida nos ofrece. Nos justificamos pensando que ese tren no era para nosotros, y que el nuestro tendrá un cartel bajo la catenaria que indique nuestro nombre. Pero no es así. Si nos quedamos sentados en el andén no progresaremos, no mejoraremos. La vida es de los que los que se suben a los trenes. Ellos son los que disfrutan de nuevos paisajes, de nuevas aventuras, ayudan a otras personas, aprenden de nuevas vivencias, cambian de trenes, suben, bajan… en definitiva, se convierten en mejores personas.
Levántate del banco, sal al andén y súbete al próximo tren que pase. Acuérdate que ningún tren pasa dos veces. Porque el tren no es el mismo; o porque tú no eres el mismo.