Esta pasada semana he estado ayudando a unos directivos de una multinacional a preparar sus discursos para la convención de la compañía. Desde la sede central en Europa les habían indicado que este año querían que las intervenciones en las convenciones fueran tipo TED (breves, emocionantes y sin más soporte gráfico que algunas imágenes) y me pidieron que les ayudara.
Uno de ellos debía anunciar la fusión de dos unidades de negocio. Algo que a la gente no le iba a sentar muy bien, pero que él tenía que venderlo como positivo, porque en el fondo, lo era.
En la Edad Media, un cojo y un ciego se alojaron, por separado, en una hospedería. Durante la noche se desató un virulento incendio en las caballerizas y pronto el fuego alcanzó los dormitorios. Todos los huéspedes salieron corriendo despavoridos, excepto dos: el ciego y el cojo, pues sus discapacidades les impedían hacerlo. Al sentir el calor sofocante, el ciego se dispuso a salir corriendo, pero se dirigía contra las llamas. El cojo, que lo vio a lo lejos le gritó:
– ¡No, amigo, no! Te estás dirigiendo a las llamas directamente. Yo no puedo moverme, pero puedo ver. Asociémonos. Corre hacia mí y yo seré tus ojos y tú mis piernas.
Así lo hizo el ciego. Cogió en brazos al cojo y ambos pudieron ponerse a salvo.
Y es que este mundo complejo que nos ha tocado nos obliga a ser interdependientes. A cooperar unos con otros. Aunque sea necesario que cada uno de nosotros encuentre en sí mismo refugio para su motivación y su fuerza interior, desde ahí tenemos que velar por los demás.
Si en vez de acomodarnos en nuestros silos individualistas, todos desarrollásemos un buen sentido de la cooperación, nos dejáramos llenar de la verdadera compasión y la ayuda a los demás, este mundo cambiaría radicalmente. Poniendo los medios para ayudar a los que nos rodean todos nos sentiríamos mucho mejor y construiríamos un lugar mejor en el que vivir.
Y con ese espíritu, seguro que la fusión de esas dos unidades de negocio se convierte en un grupo resolutivo, fantástico e imbatible.