Este pasado fin de semana he vuelto al monte. Como sabes, me gusta mucho subir cumbres, atravesar bosques, disfrutar de la naturaleza… El sábado subí el Arangoiti con un amigo. Fue una excursión rápida y volvimos a comer a casa. Al bajar de la cima, cerca del coche, nos encontramos con un grupo de gente que estaba haciendo fuego para preparar una barbacoa.
Habían cogido leña del bosque y la habían puesto en la hoguera. Gran parte de la leña estaba sucia, cubierta de barro, o de polvo. Algunos troncos estaban húmedos y no conseguían prender. Pero el mismo fuego, poco a poco, fue derritiendo el barro, quitando el polvo, y secando la humedad, en medio de chisporroteo y humo, hasta que la leña, ya limpia, purificada y seca, tomó contacto con el fuego, prendió y se confundió con la hoguera.
La misión del ser humano, su destino, es ser fuego abrasador, sin limitaciones ni defectos. Fuego que dé calor y energía a los que nos rodean, para sacar adelante proyectos, ilusiones, trabajos… en definitiva, para hacer una vida y un mundo mejores.
Pero eso no es posible. Ardemos, pero no del todo. Porque tenemos nuestros defectos, nuestros barros, nuestros vicios, nuestras humedades, nuestras cegueras, nuestras sequedades, nuestros egoísmos, nuestro mal carácter, nuestra desidia, nuestro orgullo… No estamos preparados para “prender” sin más en la hoguera, y tenemos que pasar sin duda por un proceso de mejora y de preparación que nos permita dar todo el calor y toda la energía de la que somos capaces.
Esa purificación es casi siempre costosa, otras veces es dolorosa, y a veces, pese a todo, incluso terminamos nuestra vida sin estar limpios del todo. En ocasiones nuestros procesos de mejora se estancan, y parece que no avanzamos, que no hay resultados. Que ese barro incrustado en nuestra corteza jamás saldrá de allí. Y hay momentos en los que nos gustaría abandonar, y tirar la toalla y ser ese fuego pobre, como de pastilla de carbón químico, que arde un poquito y da algo de calor, pero no. Vale para asar unas chuletas, pero nada más.
Cuando te rodeen esas sensaciones, no olvides que ser un fuego brillante y poderoso es el sentido último de nuestros esfuerzos y de nuestras frustraciones. Y que si todos ardiéramos al máximo este mundo sería infinitamente mejor. Poco a poco, no desesperes. Sigue ardiendo. Que ese barro incrustado se vaya de ti supondrá mucho crepitar y mucho humo, pero tú te habrás hecho mejor persona. Y habrás hecho mejor este mundo.
¡Sigue ardiendo!