Ya huele a playa o a montaña, y a crema solar. Las vacaciones están aquí al lado para los primeros afortunados. A otros aún nos quedan unas pocas semanas de trabajo. Dentro de unos días, a todos los suscriptores del blog (y a los que se suscriban durante el verano) les enviaré un pequeño librito en el que explico unos cuantos consejos imprescindibles para sacarle todo el jugo a esta temporada de relax y descanso que estamos a punto de comenzar.
Que nadie piense que el disfrute del verano está en lo extraordinario. Porque no es así. El disfrute del verano, o del invierno, del trabajo o de la familia, está y sólo está en lo ordinario.
Dos hombres pidieron a un ángel que les mostrara el poder de Dios. El ángel aceptó.
El primero de los hombres pidió poder para hacer cosas extraordinarias. Y el ángel le dijo: “De acuerdo, tendrás poder sólo para hacer cosas prodigiosas, pero no tendrás poder para lo ordinario”. El hombre aceptó y al instante comenzó a adivinar el pensamiento, a ganar dinero a manos llenas en los negocios y juegos de azar, creaba grandes inventos… Y era muy feliz. Pero al poco tiempo perdió su trabajo, y no pudo hacer nada; su mujer le dejó y tampoco pudo hacer nada; enfermó hasta no poder caminar, y tampoco pudo hacer nada… Y terminó perdiendo la felicidad.
El segundo hombre pidió poder para hacer cosas ordinarias, y el ángel se lo concedió a cambio de no tener poder para hacer cosas extraordinarias. El hombre siguió igual que antes, con su trabajo, su familia y su salud, y se lo agradeció al ángel porque le había hecho feliz.
¿Eres de los que sólo agradece en la vida “los milagros”? Nuestra vida diaria está llena de momentos de gratitud: el prodigio de haber venido a la vida, de seguir viviendo, de amar, de ser amados, de ver amanecer, de una sonrisa, de dejar pasar el tiempo, de emocionarnos, de llorar… El problema es que no sabemos apreciar estas cosas hasta que las perdemos.
¡Atento! No pidas tantas cosas especiales, y aprende a valorar lo ordinario que te rodea; no vaya a ser que quieras empezar a disfrutarlo cuando ya no lo tengas.